La asistencia sanitaria en muchas zonas rurales del Sudán del Sur es inexistente y la gente se suele encomendar al destino.
En Padding, una pequeña y remota localidad del Sudán del Sur, en una cabaña todavía en construcción, hay una multitud de gente que rodea a una mujer tendida en el suelo. Se llama Nyanom, tiene 26 años y sufre una severa infección de malaria. Ha llegado a Padding desde un pueblo aún más pequeño a unos cuantos kilómetros de distancia y la malaria le ha sorprendido cuando estaba en el mercado. La gente la ha arrastrado a la cabaña a medias y la rodea expectante, a ver cómo evoluciona su infección. Es todo lo que pueden hacer. Eso y un par de pastillas que el curandero local le ha dado. No hay nada más que hacer. La clínica más cercana está a más de 10 horas a pie y lo único que queda es esperar a que el cuerpo de la Nyanom sobreviva.
Esta es la suerte de los cientos de miles que viven en las zonas rurales de Sudán del Sur. Con una esperanza de vida que la guerra civil y la crisis económica ha reducido a 56 años, los sursudaneses simplemente les queda encomendarse a la suerte. O a la mala suerte.
En esta última ocasión, Nyanom sobrevivió. Pasó la noche en casa de un vecino de Padding y al día siguiente pudo volver a casa, a esperar un próximo embate.
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