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El beso

Una trabajadora en huelga de Cervera, cerrada en la fábrica, besó a su pareja a través de la reja.

Una trabajadora de la fábrica Lear de Cervera (Lleida) besa a su pareja mientras estaba encerrada en la fábrica en protesta por su cierre en 2002. © Albert González Farran
Una trabajadora de la fábrica Lear de Cervera (Lleida) besa a su pareja mientras estaba encerrada en la fábrica en protesta por su cierre en 2002. © Albert González Farran

La vida está llena de fotografías que pasan por delante. Sólo una minúscula parte se puede acabar inmortalizando con la cámara. El resto, apenas queda en la retina. Al final, uno se da cuenta que hay más fotos perdidas que capturadas. Pero supongo que aquí radica la gracia de la fotografía, como si se tratara de una cacería. En el año 2002, cacé un beso.

De besos está llena la historia del arte. Desde el famosísimo beso de Rodin, hasta los de Eduard Munch, Toulousse Lautrec, Gustav Klimt e, incluso, uno de Picasso. Y obviamente en fotoperiodismo hay también una buena muestra, como el del popular (y controvertido) beso en Times Square, de un marinero que celebraba el final de la Segunda Guerra Mundial asaltando a una enfermera. O el beso fraternal del 79 entre los líderes socialistas Erich Honecker y Leonid Brezhnev durante la conmemoración del 30 aniversario de la República Democrática Alemana.

Y yo pensaba que en 2002, inocente de mí, había capturado un beso único. Un instante fugaz que duró una décima de segundo entre una reja que representaba la lucha contra el sistema económico y la precariedad laboral. En definitiva, un mensaje de amor contra la injusticia. Se trataba de una trabajadora de la Lear, una empresa que empleaba a más de mil trabajadores en Cervera (Lleida) y que había anunciado su cierre no negociable. Había decidido trasladar toda su producción a Europa del Este, donde los sueldos son más baratos.

La trabajadora en cuestión, como el resto de sus compañeros y compañeras, se había cerrado en las instalaciones de la fábrica para presionar a la directiva y evitar el despido masivo. O, al menos, arañar una indemnización justa.

Mientras pasaban lentas las horas dentro de aquella fábrica, apareció un joven mecánico al otro lado de la reja. Era la pareja de aquella chica y venía a saludarla. En unos pocos segundos se miraron, se acercaron, se dijeron a cuatro palabras y se acabaron dando un beso en los labios. Y yo estaba con la cámara preparada en el momento preciso y en el lugar adecuado. Como fotoperiodista, disfruté plenamente de haber capturado ese momento. Cacé un beso fantástico.

Pero tiempo después de este ataque de satisfacción personal, me di cuenta de que muchos años atrás alguien había hecho una foto casi idéntica. Dos mujeres judías se besaban de despedida antes de ser deportadas de un gueto nazi de Polonia a los campos de exterminación. Se besaron a través de una reja, muy parecida a la de Cervera, por cierto. Era el año 1940 y la foto la hizo un tal Mendel Grossman, otro judío, también entre los deportados, que murió cinco años después, exhausto y enfermo en otro campo nazi.

En darme cuenta de esta semejanza no buscada, llegué a la conclusión de que en la fotografía de hoy en día ya está casi todo hecho. Sólo hay espacio para variaciones. Pero casi nada para los descubrimientos. Todo ya está más que inventado.

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