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El olor a muerte y la peluca

Siempre me he preguntado cómo huele la muerte. Y me pareció inconfundible al olerla, cuando aún no había visto ni el cadáver.

Un soldado con un bazuca teatraliza el momento de la victoria en las trincheras de Lilo, Sudán del Sur. Foto © Albert González Farran / AFP
Un soldado con un bazuca teatraliza el momento de la victoria en las trincheras de Lilo, Sudán del Sur. Foto © Albert González Farran / AFP

No es fácil describirla, pero sí identificarla. El olor de muerte es como la de una habitación oscura y húmeda, cerrada desde hace un montón de días. Al abrirla, el olor que escupe te mete un puñetazo que te atonta. En las trincheras de Sudán del Sur, donde la guerra pierde lo que queda de humano, ese olor me despertó emociones intensas.

Era en las afueras de un pueblo llamado Lelo, al norte del país, donde tropas del Gobierno y las facciones opositoras se iban arrebatado pocos metros de terreno alternativamente. Ese día, soldados del ejército regular celebraban una macabra victoria sobre un pequeño grupo de rebeldes que se habían perdido a poca distancia de las líneas enemigas.

Ya hacía días que estaban muertos cuando el mando Sur-sudanés invitó a los periodistas a visitar el frente, para demostrar que la reconquista de sus posiciones no era solo propaganda militar. Poco después de bajar del helicóptero, fotógrafos y cámaras de televisión podían captar decenas de cuerpos medio desnudos, esparcidos estratégicamente. Las víctimas llevaban los pantalones bajados como humillación post mortem. Los comandantes señalaban sus penes hinchados por la descomposición, con gestos esperpénticos de una diversión cruel. Algunos periodistas respondían aquellas bromas con sonrisas desencajados por el miedo.

La puesta en escena estaba muy pensada para la prensa, como la escena final de una película mala. A un lado, los vencidos muertos y abandonados entre piedras y matorrales. En la otra, los vencedores cantando la vida desde las trincheras, como si el combate se hubiera acabado justo en ese momento. Uno de los soldados victoriosos sostenía un bazuca con la teatralizada intención de disparar de nuevo cuando recibiera la orden. Gritaba como un energúmeno desde su posición, con ojos inyectados por la sangre de sus víctimas, mientras sus compañeros de guerra reían como imbéciles. Y sobre la cabeza llevaba una peluca. Una peluca de mujer.

En el Sudán del Sur, como la mayor parte de África, las pelucas son un artículo muy popular en los mercados. Las mujeres tienen, como mínimo, una en casa. Las más afortunadas, guardan toda una colección: rubias, morenas, lisas, rizadas, cortas y largas. Una peluca para cada ocasión.

Sudán del Sur se independizó en 2011, pero una guerra civil estalló apenas dos años después. El conflicto ha llevado miles de víctimas y una gran parte de ellas han sido mujeres de todas las edades que, por su condición sexual, han sufrido la peor parte. Vejadas, violadas, humilladas, esclavizadas y asesinadas, muchas mujeres del Sudán del Sur no han podido volver a lucir sus pelucas por culpa de una guerra absurda. Y aquel soldado del bazuca vestía con fanfarria una peluca de mujer, que ya estaba sucia y despeinada. Nadie se atrevió a preguntar de dónde lo había sacado.

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