Liberia muestra un abanico de barcos y edificios abandonados con legado histórico y potencial turístico.
Hace ya más de seis años, en mi primer y único viaje a Doha (Qatar), experimenté negativas impresiones de una ciudad con rascacielos enormes, flamantes y sin ningún tipo de personalidad. Y de eso me acuerdo ahora que estoy a punto de irme de Liberia, del que tengo una buena sensación por ser un país con fantásticos escondites y sorpresas. Y entre ellas, los cientos de monumentales elementos que, por culpa de la guerra civil o del lento camino del desarrollo, han quedado abandonados. Hoteles, barcos, fábricas y muchísimas viviendas deteriorándose, deformándose y ennegreciendo con el paso del tiempo. Todos tienen su historia: trágica, curiosa o, incluso, cómica. Forman parte del paisaje liberiano. Algunos de ellos están habitados de forma espontánea por los que no tienen techo. De otros, algunos sacan un provecho económico a base de cobrar entrada a los turistas. Y todos se mantienen a exposición pública, acompañando el lento renacimiento de un país castigado, esperando que algún día la administración o una empresa privada los rehaga o deshaga para siempre. Pero mientras tanto, seguramente por mucho tiempo, seguirán regalando una personalidad que atrae.
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