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Hombre blanco

Las lecciones de realidad que dan los niños y niñas de Sudán del Sur ponen siempre las cosas en su sitio.

Una niña empuja un patinete de madera en su casa de Juba, Sudán del Sur. Foto de Albert González Farran / UNICEF

Baterías cargadas, tarjetas de memoria vacías, cámara y ópticas limpias, libreta y bolígrafo, botella de agua, un sombrero… Todo listo para una nueva jornada en el Sudán del Sur. Hoy trabajo para UNICEF, la agencia de la ONU que por excelencia defiende los derechos de los niños en todo el mundo. Vamos a denunciar el hambre y la malnutrición que sufren muchas familias de este país, para que la comunidad internacional se sensibilice y ayude con más dinero. La causa es suficientemente legítima para ir al trabajo con un punto de orgullo. Da seguridad saber que tu misión está legitimada por un objetivo crucial. Llegamos a una casa y las mujeres y los niños ríen. Son risas de auténtica felicidad que dan vitaminas a quien las ve. Las fotos salen solas porque estos niños muestran de lleno su sinceridad. La expresan con arrebato y desvergüenza. Como la risa de una de las niñas que, al verme, se me acerca con los brazos abiertos. Me siento querido. «¡Qué bien!», pienso al interpretar que la niña, a su manera, me viene a agradecer el trabajo que llevo haciendo durante años. Creo que sin ser consciente, la niña honra la fotografía como una herramienta que despierta las conciencias. La niña llega a mis piernas, se agarra fuerte a los pantalones y, manteniendo la risa, sube la mirada y literalmente me dice: «Hombre blanco, has venido a traernos comida, ¿verdad?».

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