No hay ningún motivo que justifique las condiciones indignas en que viven muchos desplazados en el Sudán del Sur
Malakal, una ciudad que hace unos años tenía un gran potencial económico en el Sudán del Sur, es ahora un paraje triste y desolado por culpa de la guerra civil. Y la peor parte les ha tocado a las decenas de miles de personas desplazadas que viven en un campamento que no cumple con las garantías para una vida digna.
La época de lluvias está empeorando una convivencia que ya de por sí era difícil. «Un campamento de desplazados no es un hotel», dicen algunos. Pero tampoco debe ser un lugar donde los niños juegan con una mezcla de barro, heces y orina, donde los perros muertos quedan abandonados entre la gente, donde los ancianos y discapacitados resbalan y caen repetidamente y donde la malaria y el cólera son un peligro constante.
Ahora, muchos ya están abandonando el campamento y migran hacia el Sudán, el país vecino. Y no lo hacen porque la vida en Malakal sea difícil, sino porque temen que ni siquiera su protección está garantizada. Y luego, en los países desarrollados, nos quejamos de la ola de refugiados…
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