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La ventana a un trozo de cielo

Mahmud salvó la piel sobre un barco destartalado en el Mediterráneo. Pero las ganas de volver a intentarlo persistían.

Mahmud mira a través de la ventana de su habitación en Shobra Sandy (Egipto). © Albert González Farran, IOM
Mahmud mira a través de la ventana de su habitación en Shobra Sandy (Egipto). © Albert González Farran, IOM

Mahmud tenía 17 años cuando le conocí. Era una mañana de octubre cuando me lo encontré deambulando por las afueras de Shobra Sandy, una aldea perdida en el norte de El Cairo (Egipto). Ahora Mahmud, si todo le ha ido bien, debe tener 21. Quizás aún sobrevive en el pueblo con trabajos mal pagados; quizás deambula por alguna ciudad europea; y quizás, con mucha suerte, ha conseguido reunirse con sus familiares en Francia. Pero también puede que haya tenido peor suerte volviendo a cruzar el Mediterráneo. Aquella mañana de octubre, Mahmud me explicó la segunda oportunidad que la vida le había dado meses atrás. La Cruz Roja lo rescató cuando el bote con el que salió de Alejandría naufragó cerca de las costas de Tesalónica (Grecia). Pero también me confesó que quería intentarlo una vez más, o tal vez tantas veces como fuera necesario, para salir de lo que él creía un agujero. Como amigos y parientes le enviaban continuamente mensajes desde Francia explicando las cosas magníficas que allí pasan, él tampoco se las quería perder. Por aquel primer viaje frustrado por el mar, la familia del Mahmud pagó casi 3.000 dólares estadounidenses. Mahmud se jugó la vida en un barco destartalado, cargado con 500 pasajeros, cuando sólo tenía capacidad para cien. Los organizadores del viaje, recuerda, estaban en el puerto armados y bajo los efectos de las drogas. No se vio capaz de negarse a subir. Le habían prometido un viaje a Italia, pero en lugar de eso cambiaron el rumbo hacia Grecia. Por el camino, ya en alta mar, murió un buen puñado de pasajeros, que eran lanzados al agua a medida que dejaban de respirar. Pero ni así el barco aguantó el sobrepeso. Hizo aguas a pocos kilómetros de la costa. Una vez retenido en Tesalónica por las autoridades griegas, y por su condición de menor de edad, la ONU le facilitó el retorno a Shobra Sandy, para volver a las tareas en la granja de su padre y ahorrar para un nuevo intento. «Aquí en el pueblo la vida es aburrida, todos los días se parecen», explicaba enseñando la habitación que compartía con sus tres hermanos. Desde aquella habitación mal ordenada, llena de calcetines y colchones deshechos, Mahmud lanzó su mirada hacia la ventana. Las vistas, sin embargo, no eran muy atractivas. La mitad inferior estaba tapada por la pared del vecino de al lado, levantada a pocos metros de su casa. Pero en la mitad superior se descubría un cielo azul y reluciente. El mismo cielo que contemplaba mientras iba a la deriva por el Mediterráneo y el mismo que lo acogió en Grecia. Seguramente también es el mismo que hay en Francia. Le pedí que se detuviera, que siguiera mirando el cielo por aquella ventana, para hacerle una foto bastante significativa para un reportaje sobre los inmigrantes en Egipto. La luz en la cara le daba un aire de esperanza irracional, propia de su juventud. En ese momento me convenció de que se volvería a lanzar al mar. Que se volvería a jugar la piel por su trozo de cielo.


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