En mi carrera, he aprendido lo importante que el lenguaje corporal es en fotoperiodismo. Esta semana, esta lección me ha quedado confirmada.
El presidente del Sudán del Sur, Salva Kiir, está de pie, solo, en una gran sala de reuniones de su oficina, expuesto a las cámaras y a un grupo de periodistas, algunos de los cuales le interpelan para que responda a sus preguntas inquisitoriales.
Después de unos treinta segundos que debían hacerse muy largos y que parecían haber sido impuestos a propósito, llega por fin su invitada, la embajadora de Estados Unidos en la ONU, Nikki Haley, una de las más importantes figuras de la administración de Donald Trump. Y llegaba caminando deprisa, con decisión firme, con una evidente autoconfianza, alargando la mano sonriente y con un toque de supremacía no muy evidente para no romper el protocolo diplomático. Y lo hacía casi dominando el Presidente, que seguía quieto y con un puesto de espera desesperada.
Los periodistas no sabemos qué pasó y qué se dijo en la reunión a puerta cerrada entre estos dos políticos de relevancia. Pero el lenguaje de sus cuerpos explicó algunas cosas. Un lenguaje que quedó inmortalizado al servicio de la opinión pública, que seguro que sacó sus propias conclusiones.
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