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Matando el hambre a golpe de volante

WFP food distribution

Conducen unos camiones gigantes con más de treinta toneladas de comida para las familias desplazadas de Darfur, hacen jornadas maratonianas al volante, en rutas complicadas tanto por su orografía como por el peligro de ser atacados en cualquier momento por bandidos y criminales. Al finalizar el día, deben preparar su cama justo al lado del vehículo y buscarse la vida para calentar la comida que han podido recoger del mercado más cercano. Y al día siguiente, antes de seguir la ruta, se lavan la cara con el agua del mismo camión. Es el trabajo de los curtidos conductores del Programa Mundial de Alimentos, unos héroes anónimos que por un salario de unos cinco euros por día trabajado llevan la felicidad a casi tres millones de personas, la mayoría hacinadas en campamentos.

Hace unos días acompañé uno de estos convoyes que, para recorrer una distancia de menos de cien kilómetros, tardó cerca de nueve horas. Después de averías, pinchazos y otros imprevistos, diez camiones con más de 350 toneladas de comida llegaron al campamento de desplazados de Nifasha, en el Darfur Norte.

Se me cayó la cara de vergüenza cuando uno de los líderes del campamento, al verme saltar de uno de los camiones, me dio un abrazo y me besó el cuello. Aquel recibimiento me pareció injusto porque sabía que sus auténticos merecedores todavía sudaban para aparcar los trailers en el mejor lugar para descargar la ayuda humanitaria.

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