Esta es la conversación que tuve ayer con William Deng, un trabajador humanitario de 18 años que vive en una pequeña cabaña con su familia en las afueras de Aweil, en el Sudán del Sur:
– ¿Qué haces cuando terminas de trabajar? – Voy a coger leña con mi padre. – Sí. Vale. ¿Pero qué haces en tu tiempo libre? – Estoy en casa. – Sí, ya. ¿Pero qué haces en casa? – ¿? – Me refiero a si haces algo. Como leer … – Ah! Ya entiendo. No. No leo. No tengo libros. – ¿Escribes, escuchas la radio, juegas a las cartas? – No tengo papel, ni radio, ni cartas … – ¿Y qué haces en tu tiempo libre? – Estoy en casa.
Hace unos años, un veterano cooperante que vive en Etiopía me aseguró que en muchas lenguas locales africanas la palabra «aburrimiento» ni siquiera existe. Quizás la palabra la inventaron empresas que quieren vender libros, papel, radios y cartas para convencernos que si no los consumimos estaremos perdidamente aburridos. Pero a mí, William no me dio la impresión de que estuviera aburrido…
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