Entre la miseria y la injusticia del Sudán del Sur, se pueden encontrar pequeños rincones de vida
En un país como el Sudán del Sur, nacido hace poco más de cuatro años, todavía hay demasiadas dudas por resolver. Las estructuras de Estado están lejos de consolidarse y la guerra civil ha dañado muchas de las esperanzas depositadas. Hay hambre, enfermedades y una esperanza de vida que no alcanza los 60 años. La corrupción es elevada, las importaciones son un reto por la falta de moneda extranjera y el paro es estratosférico. La guerra continúa a pesar del último acuerdo de paz y una gran parte de las jóvenes generaciones no han visto nada más que violencia.
Pero durante las últimas semanas, trabajando en un proyecto fotográfico para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), me he dado cuenta de que siempre se encuentran espacios de luz allí donde predomina la oscuridad. En las cinco ciudades que he visitado (Juba, Yambio, Wau, Torit y Awail) he encontrado algunos paréntesis de vida, trabajo y paz que confirman que no hay nada imposible.
Ahora sólo hace falta que estos ínfimos rincones se extiendan como una mancha de aceite, no sólo por el territorio sursudanés, sino en el conjunto del mundo en que todo parece ir boca abajo.
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