Suleiman Fatul, un chico de 10 años de Dar al Salam (Darfur, Sudán), arrastra una profunda timidez, muy extraña para un niño de su edad. Hace seis años, la explosión de una bomba que había quedado abandonada cerca de su casa le arañó toda su belleza para siempre. Y ahora, cuando su familia recibe visitas en casa, no mira nunca a los ojos de los invitados y siempre procura esconderse detrás de la figura de su padre.
Harum Ali, de 17 años y originario de Mellit (también en Darfur), exhibe una actitud mucho más extrovertida. A pesar de haber perdido dos hermanos y la movilidad de todo su cuerpo tras la explosión de otra bomba con la que estaba jugando el pasado mes de enero, Harum agradece la atención que recibe cada día los médicos, de su familia y de sus tres amigos que están con él noche y día desde que sufrió el accidente.
Ambos, a pesar del sufrimiento de sus experiencias, aceptan de buen grado ser retratados para un reportaje que conmemora el día contra las minas. Quieren que sus rostros y sus bien visibles heridas avergüencen a todos aquellos que participan activamente en un conflicto que se está alargando demasiado en Darfur.
Las Naciones Unidas bautizaron el 4 de abril como el Día Internacional para la Información sobre el Peligro de las Minas, porque hay mucho trabajo por hacer en concienciar a la gente (sobre todo a los niños) de los peligros que entraña manipular explosivos que han quedado abandonados durante o después de un conflicto bélico. Pero es importante no descuidar que los responsables de estas tragedias no son los niños por desconocer las consecuencias dramáticas que pueden comportar estos artefactos, a veces pequeños como una caja de chicles. Los principales y únicos responsables son aquellos que, además de matarse unos a otros por unos ideales absurdos, dejan su mierda esparcida por todas partes.
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