Esther Abraham es una enferma terminal de Sida que afronta con serenidad y madurez una realidad común en el Sudán del Sur.
Esther, de 39 años, se contagió a través de su marido, que murió poco después de descubrir que era portador del virus del VIH. Pero ella no le culpa. Dice que Dios fue quien decidió por un motivo u otro que ella tenía que infectarse. «Mi muerte también la decidirá Él», concluye.
Esther no tiene hijos y dejó de trabajar cuando empezó a sentir síntomas de cansancio y debilidad por culpa del virus. Ahora vive con su hermana y sus sobrinas, que la cuidan. Dejó temporalmente el tratamiento antirretroviral porque veía que no le hacía ningún bien y eso la ha condenado casi por completo. «A veces ni siquiera tengo comida, ¿por qué tengo que tomarme estas medicinas?», Explica.
Según la agencia ONUSIDA, en el Sudán del Sur el índice oficial de contagios del VIH es del 3% de la población adulta, aunque si se añaden los contagios infantiles y se hiciera una cuidadosa investigación en las zonas rurales, este índice superaría probablemente el 10%. Cada año mueren casi 15.000 personas por culpa de este virus que se transmite fácilmente por la ignorancia y los prejuicios.
Considerando que el país aún está sufriendo una confrontación civil sanguinaria y una pobreza extrema, se vislumbra que el Sida aún tiene muchos años por delante para reventar la esperanza de una vida normal.
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