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Testimonio de la estupidez

La prensa parece querer enmascarar la cruda realidad con un ridículo anestesiante.

Un anciano mira a una modelo fotografiada por un periodista el centro de Dublín, en marzo de 2007. © Albert González Farran / Photocall Ireland
Un anciano mira a una modelo fotografiada por un periodista el centro de Dublín, en marzo de 2007. © Albert González Farran / Photocall Ireland

Una modelo irlandesa con top y minifalda se exhibe ante los fotoperiodistas para promover una exposición de obras de arte. Ocurre en el centro de Dublin, en pleno mes de marzo de 2007, cuando el frío aún se clava los huesos de sus habitantes. Abrigado con una chaqueta de invierno y una gorra, un anciano fuma pipa y mira la escena de la modelo con cara de cierta contrariedad. No sabe si lo que quieren los fotógrafos es realzar esa belleza nórdica, o disimular la mediocridad del cuadro que quieren promocionar. Con sus ojos, el anciano testimonia una escena que no sabe si es del todo real, mientras duda si tal vez es él quien está fuera de lugar. Consideré que esa mirada de distanciamiento y cierto disenso era la más importante del momento. Fueron pocos segundos antes de que el anciano cogiera su bastón y se fuera de la escena haciendo que ‘no’ con la cabeza.

La prensa irlandesa de aquellos años (y supongo que aún ahora) iba llena de imágenes de modelos guapas y medio desnudas, de actores y actrices célebres o personajes televisivos, que servían para dar su cara a historias superfluas o incluso a promociones comerciales que aparecían a color en primera plana. Aquellas fotografías eran la fachada que ocultaba las verdaderas basuras del país. El alcoholismo y el elevado consumo de drogas, sobre todo entre los sectores jóvenes marginales, los ajustes de cuentas entre bandas de gángsters, la losa del conservadurismo ultra-católico sobre la población, las dificultades políticas para entender la separación de Irlanda del Norte… poca cosa de ello se hacían eco los medios. Lo que buscaban, sobre todo los llamados ‘tabloides’, era distraer con estupideces que obligaran a pensar poco (o nada).

Sí. Durante los meses que estuve en Dublin, yo también tuve que acudir a muchas de estas estúpidas sesiones fotográficas donde la celebridad de turno tenía que destacar por encima del motivo real del evento. A veces, tenía que hacer cola detrás de otros fotógrafos que esperaban su turno para pasar unos minutos exclusivos con la modelo. Algunos, celosos de su creatividad, hacían lo imposible para ocultar a la competencia su idea fotográfica. Y es que a menudo muchos se molestaban si les copiaban su idea. No fuera que el premio Pulitzer tuvieran que compartirlo con alguien que no lo merecía.

Ante todo, hay que decir que de aquellas demostraciones de celos salían imágenes técnicamente casi perfectas. Y es que allí tuve una de las mejores escuelas de fotografía de mi carrera, aparte, también hay que decirlo, de aprender inglés por primera vez en mi vida. Una luz imposible de mejorar, unos encuadres casi milimétricos, personajes arreglados hasta el último detalle y, sobre todo, sonrientes hasta la extenuación. Pero muchas de estas fotos maravillosas estaban vacías por dentro. Y aquel anciano, que se miraba la modelo con incredulidad, a lo menos sabía que no se parecía en nada la estupidez que se fotografiaba con la realidad que él conocía.

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