Hace poco, un adolescente ejecutó a 21 niños y profesores en una escuela de Texas. Hace poco, los niños levantaban escopetas de perdigones en Arbeca.
Nuestra sociedad a veces juega a ser justiciera. Ponemos el grito el cielo y damos golpes sobre la mesa cuando conocemos la indignidad. Hambre, pobreza, guerras, exilios forzados, matanzas y desastres climáticos hacen remover nuestras conciencias y nos enojamos públicamente. Pero a menudo dejamos de mirar nuestros propios defectos como colectivo. Y nos olvidemos que no estamos tan lejos de las desgracias que ocurren en la otra punta del mundo.
El pasado mes de mayo, un joven de 18 años empuñó varios rifles de asalto y ejecutó a sangre frÃa a 21 niños y maestros de una escuela de Texas, abriendo de nuevo el debate sobre el consumo de armas en Estados Unidos . A nosotros nos sirvió para rechazar la cultura del arma norteamericana, menospreciando un paÃs donde parece que una metralleta es tan necesaria como un bocadillo. Y ese enfado nos tapa los ojos ante escenas tan cercanas que hacen estremecer.
Sin ir muy lejos, en la Feria del Perro Cazador de Arbeca, vi (y fotografié) a niños haciendo punterÃa con escopetas de perdigones. Y estoy seguro de que no es algo puntual. Las armas también las tenemos integradas en nuestra sociedad, aunque no nos lo creamos. Sólo hace falta ver los patios de las escuelas cuando a veces los niños y niñas juegan a matarse con los dedos en forma de pistolas.
Nos creemos jueces y necesitamos todavÃa unas cuantas generaciones para deshacernos de nuestro reflejo por Rambo y el Bruce Willis de los buenos tiempos. Y esto debe empezar con algo aparentemente tan sencillo como evitar que las armas sean parte de nuestra vida cotidiana. Aún sea en una inocente feria de cazadores.
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