Durante los últimos años he fotografiado la falta de agua en el Darfur de varias maneras: largas colas en los pozos, niños bebiendo con desesperación, animales esqueléticos o muertos y abandonados, agricultores trabajando en tierras áridas y quebradas … Pero ha sido la primera vez que consigo una imagen tan auténtica como ésta. La hice hace pocos días en el campamento de desplazados de Zam Zam, en el Darfur Norte, en un nuevo asentamiento donde cientos de familias han llegado recientemente huyendo de los ataques a sus poblaciones. Cuando me paseaba por la zona, me encontré dos niños en una pequeña cabaña hecha de retales y plásticos. No había ningún adulto cerca. Los hermanos, un niño y una niña, se sorprendieron con mi llegada. No todos los días aperece un hombre blanco con dos cámaras inmensas colgadas al cuello. Y su primera reacción fue abrazarse con fuerza a las garrafas de agua que probablemente su madre había traído a «casa» después de una larga caminata. «No te acerques que esta agua es nuestra», me decían los jovencitos con su expresión. Con la máxima educación y respeto, les fotografié y me distancié. No me podía perder el gran mensaje que me estaban dando. Los niños de Darfur, como estos dos, tienen muy clara la importancia del agua en su país. Su escasez le ha dado un precio muy alto y todas las generaciones del Darfur crecen educados con unos valores sólidos en su defensa y preservación. Sería genial que esta cultura fuera exportable!