El Sereif es una localidad del Darfur (Sudán) que ha multiplicado al menos por diez su población en los últimos cuatro meses. A principios de año, unos terribles enfrentamientos por unas minas de oro entre dos tribus rivales (Benihussein y Abbala) ocasionaron un centenar de muertos y más de cien mil desplazados. Muchos de ellos fueron a parar a esta pequeña población que ahora se encuentra saturada.
El hospital, que se reabrió debido a la avalancha de desplazados con un solo médico, atiende cada día una media de 300 pacientes. Una grave epidemia de malaria y hepatitis está acabando con la vida de muchos de ellos, así como la de bebés que nacen prematuramente o tienen graves síntomas de malnutrición.
Mientras siguen los fracasados intentos de reconciliación entre las dos tribus, la situación sanitaria de esta comunidad es bastante crítica. Estuve el pasado lunes, para fotografiar estas víctimas y con el intento de denunciar públicamente un hecho que se repite demasiado a menudo en el Darfur sin que haya muchos esfuerzos para remediarlo. Pero para algunos, «esto ya no es noticia».
Claro. La miseria en que viven los dos millones de desplazados del Darfur se remonta a tantos años atrás (más de diez) que para muchos ya no vale la pena seguir comentándola. «Si en Darfur cada día se muere gente por falta de atención médica, de deshidratación o una alimentación deficiente, ¿cuál es la noticia fresca?», dicen. Claro. Dejémosles morir a espaldas de la opinión pública, porque se ha convertido en algo tan normal que no despierta nuestras acostumbradas conciencias.
Así pues, ¿qué? ¿Es necesario que los fotoperiodistas elaboremos historias nuevas para atraer la atención? ¿O quizás todos deberíamos hacer un poco de esfuerzo para prestar atención a las desgracias desafortunadamente repetidas? ¿O quizás las dos cosas?