Se restringe el consumo y se advierte de la peligrosidad, pero al mismo tiempo se cobran impuestos y se permiten ingredientes que favorecen la adicción
Acabo de publicar en el diario Segre un reportaje sobre la industria del caliqueño, un negocio que se hizo muy popular durante la segunda mitad del siglo XX en municipios como Juneda, Torregrossa, Fondarella y Torres de Segre. Curiosamente, poco tiempo después de convertirse en una actividad muy potente y en proceso de legalizarse, acabó derrumbándose a causa de las campañas anti-tabaco y de las restricciones legales. Lo que más dañó al caliqueño es que se prohibiera fumar en los bares, el lugar por excelencia de su consumo. Pero es que además, con la liberalización del mercado a finales de los 90, hasta entonces monopolizado por la empresa pública Tabacalera Española, nada cambió. Su sucesora Altadis siempre ha controlado la distribución y comercialización del tabaco.
Los pequeños productores de caliqueños de Juneda se han esfumado. Y lo ha hecho también una buena manera de hacer tabaco, donde el ingrediente básico eran las hojas tostadas y sus aditivos, miel, vainilla, almendra triturada, piel de naranja, manzanilla, madera, magnesia, resina, ceniza, coñac y ron. Incluso para fijar los puritos utilizaban un pegamento hecho con agua y harina. Ahora, seguramente los caliqueños que se comercializan a través de Altadis, tienen una composición mucho menos natural.
Admito que, por definición, fumar no es saludable. Pero lo que no acepto es que la administración pública haga legal una actividad comercial que no sólo provoca graves daños al cuerpo humano, sino que goza de libertades para incorporar no sólo productos químicos y tóxicos, sino altas concentraciones de nicotina para favorecer la adición. Lo encuentro indecente.
Es lamentable que no sólo haya esa doble moral en la industria del tabaco y, todavía encuentro más inmoral que se apliquen impuestos (y por tanto, ganancias para las arcas públicas) en el consumo de un producto tóxico del que se benefician unos pocos.
Como me dijo Carlos Castelló, hijo de Liberto Castelló (uno de los magnates del caliqueño de Juneda), el negocio del tabaco ha existido desde hace siglos y siempre existirá. Los jóvenes fumarán porque su generación así lo marca, la mayoría de adictos no podrán dejarlo y cada vez serán menos las empresas que se lucrarán. Lo prohibirán más y subirán los precios, pero los beneficios seguirán existiendo. Lejos para siempre del alcance popular, de las familias de Juneda que décadas atrás podían sobrevivir enrollando sus caliqueños.
Lamentable.