Deberíamos considerar este verano como un bálsamo. Venimos de unos años difíciles en los que la pandemia y las sequías han determinado los meses de vacaciones. Deberíamos recordar que hace muy poco celebrábamos fiestas mayores con máscaras y manteniendo las distancias y, aún hace menos, se nos morían los árboles y fincas enteras de cereales por falta de agua en nuestros embalses. Este año parece que estamos liberados de todas estas sacudidas y respirar a fondo. Respirar porque necesitaremos afrontar un futuro donde, seguro, habrá más pandemias y más sequías, tanto o más intensas que las pasadas, combinadas con otros episodios negativos que harán que los tiempos pasados (el verano de 2024) hayan sido mejores .
Ésta no quiere ser una opinión apocalíptica. Es un grito para tomar conciencia de que el bienestar y la riqueza son aspectos cada vez más buscados en este mundo que nos rodea. Para tener una garantía, será necesario que todos asumimos una actitud responsable. Se trata de una responsabilidad global.
En un mundo en el que una guerra en Europa causa hambre en África, en el que una pandemia puede propagarse por todo el planeta en cuestión de días y prolongarse durante años, y en el que las emisiones de carbono generadas en cualquier sitio, incluso en las Garrigues, hacen subir el nivel del mar en todo el mundo, es imposible exagerar la amenaza de que el colapso nos acabe afectando a todos. El único remedio eficaz para estos riesgos es la cooperación. Cooperación entre miembros de una comunidad, de un pueblo, de una ciudad, de un país, hasta llegar a la cooperación internacional. Aparcando el egoísmo, el individualismo y la cultura por la inmediatez reside nuestra esperanza de un futuro equitativo y resiliente. Es nuestra obligación como a seres humanos.
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