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Salir del infierno con una sonrisa

La historia de un niño que casi perdió la infancia después de extraviarse en la guerra del Sudán del Sur.

Ramadan llora solo en una esquina de la escuela donde su familia ha sido temporalmente alojado. Foto de Albert González Farran – UNICEF
Ramadan llora solo en una esquina de la escuela donde su familia ha sido temporalmente alojado. Foto de Albert González Farran – UNICEF

Ramadán ElFaki tiene sólo cinco años, pero el impacto de la guerra en el Sudán del Sur es claramente visible. «Llora con mucha frecuencia, apenas come y está siempre solo,» dice su padre Mohammed muy preocupado.

Durante los combates que hubo en Juba el 8 de julio, el chico se perdió mientras huía con sus padres y hermanos de su hogar en Jebel, una de las zonas más afectadas. Ramadán siguió a la multitud de otras familias desplazadas que buscaban cobijo de entre las balas y bombardeos. Pasó dos semanas en una iglesia, hasta que alguien lo reconoció y contactó a sus padres, que se habían alojado en el campamento de desplazados de la ONU. Su padre se embarcó en un largo y peligroso camino a pie hasta la ciudad para rescatarlo. «Los soldados me golpearon varias veces,» Mohammed recuerda mostrando una cicatriz en la frente.

Los combates y la larga separación han dejado Ramadán profundamente afligido. «No ha dicho una palabra desde entonces», explica Mohammed.

El peaje que la familia tuvo que pagar no acaba aquí. Otro hijo, Hissen, de solo tres años, pasó toda una semana en el monte con los soldados rebeldes, que se hicieron cargo de él hasta que lo llevaron al campamento. Horas antes, la madre de Ramadán, Joyce Sunday, dio a luz a trillizos que murieron todos poco después de la huida.

Ramadan juega solo con una pizarra donada por UNICEF. Foto de Albert González Farran – UNICEF
Ramadan juega solo con una pizarra donada por UNICEF. Foto de Albert González Farran – UNICEF

Mohammed, Joyce y sus cinco hijos viven ahora con otras dos familias desplazadas en un pequeña clase del colegio del campamento. Es un espacio que la comunidad ofrece temporalmente a los recién llegados que no tienen nada más donde dormir. «Nuestra casa está destruida, por lo que no podremos volver hasta dentro de mucho tiempo», dice Mohammed.

«Ramadán todavía necesita tiempo para recuperarse», dicen expertos psicólogos. «Deberá estar atendido continuamente por su familia y amigos.» Sin embargo, después de varias semanas, sus primeras sonrisas muestran cierta esperanza.

Ramadan sonríe por primera vez jugando con su hermano. Foto de Albert González Farran
Ramadan sonríe por primera vez jugando con su hermano. Foto de Albert González Farran
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